Cristina Kaufmann nace en Baden, una pequeña ciudad, de unos 14.000 habitantes, del cantón de Argóvia, en la Suiza alemana, cerca de Zurich, el 19 de octubre de 1939, acabada de empezar la II Guerra Mundial, la cual, aunque Suiza no tomó parte directamente, influyó en su vida de infancia. Segundo hijo -la primera chica- de una familia católica de la cual nacieron después cinco hermanos más. Con una madre de salud delicada, pronto Cristina se encuentra, a menudo, al frente de la casa, supliendo a la madre y ocupándose de los hermanos más pequeños. Esta situación familiar, su capacidad para sacarse el trabajo adelante y su temperamento afectuoso, a la vez que enérgico, hace que el padre tenga una predilección por ella y los hermanos sientan hacia ella un atractivo especial y ella un afecto fraterno-maternal por todos ellos, por lo cual tiene un ascendente en la familia y un gran sentido de la responsabilidad.
Atraída por una pintura de El Greco, visita España, un país mediterráneo que le ofrece una manera nueva de concebir y vivir la vida en todas sus dimensiones. Conoce las obras de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, con quien, a lo largo de la vida, se sentirá en plena sintonía espiritual y que, desde entonces, le han ido confirmando en lo que ella sentía ya dentro de su espíritu ancho, sin límites.
Poco más tarde, en dos temporadas, viene a trabajar a Barcelona. Son los años en que en Roma se celebra el Concilio Vaticano II. Mientras tanto, en el Carmelo de Mataró, se vive este acontecimiento eclesial con el mismo interés y amor que lo habría hecho Teresa de Jesús. Se recibe y lee cada día La Gaceta del Norte, donde el sacerdote y periodista José-Luis Martín Descalzo escribe la crónica del Concilio. El ambiente comunitario es “caliente” y todo se discute y comenta con plena libertad. En este ambiente de apertura interior, pese al rigor de las normas y el aspecto externo de la clausura, el 7 de marzo de 1964, Cristina entra en nuestro Carmelo. Es acogida y ayudada por una priora y maestra de novicias de espíritu ancho, tocado e inflamado por Dios, y una comunidad apta y con inquietud para interpretar el sentir y las necesidades de la Iglesia y la humanidad en aquellos momentos históricos. Su trato es apacible, sencillo, fraterno, con sentido del humor, con una sensibilidad poética que podrá manifestar a temporadas, y, aunque reservada, no puede evitar que transparente su vida interior.
Muy pronto, la comunidad descubre la talla intelectual y humana y el impulso interior que mueve la vida de la hermana Cristina: la pasión de amor por este Jesús que la vivifica y que será el motor de toda su vida y actividad y al cual ella responde con sencillez pero con totalidad de amor a Jesús, hecho carne en el día a día de la comunidad. Se puede muy bien decir que, como en los nombres de los personajes bíblicos, el suyo, la define: es de Cristo porque él la ha cubierto con su sombra. Es en este ambiente que el 1973 la comunidad le confía el gobierno de la misma y Cristina encuentra las puertas abiertas y un terreno preparado, durante largos y silenciosos pero eficaces años, para poder desarrollar toda la nueva visión de la vida contemplativa teresiana y que, con competencia, lleva eficazmente a término –con un intervalo de un trienio- a lo largo de 25 años.
Durante los años que van del curso 1974-75 hasta el 1991, el Carmelo Descalzo vive, con intenso dolor, horas trascendentes, puesto que se juega el futuro inmediato de la Orden y su presencia carismática para el mundo de nuestro tiempo: la puesta al día de las Constituciones a partir del Concilio. La comunidad trabaja intensamente para conseguir una renovación adecuada y, a la vez, dar a conocer a todos los monasterios de la Orden el núcleo del problema de oposición a cualquier renovación, surgido de un grupo de monasterios del Carmelo de España. La hermana Cristina, como priora, promueve, asume, secunda y colabora en los trabajos y las gestiones de las hermanas a escala nacional e internacional.
Creemos que es a raíz del grande y positivo eco que provoca la intervención de la hermana Cristina en la TV española, el año 1984, que a ella se le descubre como una nueva misión dentro del Carmelo: la Vida, que es el pan de cada día de nuestra vida, no puede, no debe quedar recluida en una despensa vallada e inaccesible, por la forma de clausura vigente, a los millones de humanos que van muriendo de hambre de esta Vida y a quienes llamamos “hermanos”. A partir de este hecho, se le piden intervenciones en algunos medios de comunicación, conferencias, colaboraciones, artículos, retiros, congresos… y ella, si ve un deseo sincero y una posibilidad de comunicar lo que vive, lo acepta y compagina con el gobierno de la comunidad.
El año 2001, acaba su último periodo de gobierno de la comunidad. Es entonces cuando manifiesta el llamamiento que siente a una vida más eremítica, aun cuando en total dependencia de la comunidad. Tras consultas y discernimiento personal y comunitario y tras largos intercambios, oración y reflexión, la comunidad se lo acepta y se va a vivir a las Guilleries, en una pequeña casa, arreglada para esta finalidad. Allí se siente plenamente feliz y realizada hasta que el 18 de marzo de este año se encuentra un pequeño bulto al cuello y viene inmediatamente a Mataró para hacerse una revisión y diagnóstico médico: un cáncer linfático sobre el cual no ha servido ningún tratamiento. Ante esta realidad, ella, todavía llena de proyectos, compromisos y esperanzas, tras vivir lo que creía ser la voluntad de Dios y el proyecto de Jesús sobre ella, como Él también, acepta su Getsemaní preñado de sorpresa, miedos, azoramientos, dudas, preguntas… hasta el abandono total en manos del Padre. Quiere vivir, pero no rehusa morir, sino que, convencida de que es llegada su hora, pese a las esperanzas de los médicos y de la comunidad, acoge la muerte con firmeza de mujer fuerte, enamorada y de fe. El Jueves Santo todavía participa en la liturgia doméstica. La madrugada del Viernes Santo empieza la bajada.
Durante estos últimos días, la comunidad ha podido vivir lo que el Evangelio, en este tiempo pascual sobre todo, nos va repitiendo de varias formas y maneras: Cristo y cada uno de nosotros no formamos más que una unidad indivisible. En el proceso de la muerte de la hermana Cristina, hemos visto reproducido el proceso interior de la muerte de Jesús. Ninguna demora; ¡nada de dejar pasar el tiempo! Su actitud, no sólo de sumisión, sino de paz, de profundo recogimiento, de total abandono activo, con soberana libertad y colaboración a la obra de Dios en ella.
Tal como Jesús, se ha entregado a la muerte: “Nadie me toma la vida, soy yo que la doy libremente.” Sus últimas palabras a la comunidad han sido de amor: “Soy muy pobre, no tengo nada, pero os dejo el que tengo: Dios… Sólo tengo una palabra para deciros: Dios es amor”.
Cuando se ha dado cuenta que es la hora de morir, ella, que todo lo terminaba rápidamente, se “lanza” a morir. Convencida de que es lo que Dios quiere y a Él no se le puede hacer esperar. Todo ha sido decidido, aceptado, no hay nada más que hacer ni que decir: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”, sin más ruido que el silencio cargado de Vida de estas palabras.
El Señor ha querido realizar en ella –y se ha hecho patente– lo que un día escribió en un poema inspirado en el Cristo de la iglesia del monasterio: “…te queda Dios, te queda TODO”.
Y este TODO, el martes de Pascua del 2006, 18 de abril, ha querido hacerla participar de la Resurrección de Jesús, de manera plena y definitiva.
Atraída por una pintura de El Greco, visita España, un país mediterráneo que le ofrece una manera nueva de concebir y vivir la vida en todas sus dimensiones. Conoce las obras de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, con quien, a lo largo de la vida, se sentirá en plena sintonía espiritual y que, desde entonces, le han ido confirmando en lo que ella sentía ya dentro de su espíritu ancho, sin límites.
Poco más tarde, en dos temporadas, viene a trabajar a Barcelona. Son los años en que en Roma se celebra el Concilio Vaticano II. Mientras tanto, en el Carmelo de Mataró, se vive este acontecimiento eclesial con el mismo interés y amor que lo habría hecho Teresa de Jesús. Se recibe y lee cada día La Gaceta del Norte, donde el sacerdote y periodista José-Luis Martín Descalzo escribe la crónica del Concilio. El ambiente comunitario es “caliente” y todo se discute y comenta con plena libertad. En este ambiente de apertura interior, pese al rigor de las normas y el aspecto externo de la clausura, el 7 de marzo de 1964, Cristina entra en nuestro Carmelo. Es acogida y ayudada por una priora y maestra de novicias de espíritu ancho, tocado e inflamado por Dios, y una comunidad apta y con inquietud para interpretar el sentir y las necesidades de la Iglesia y la humanidad en aquellos momentos históricos. Su trato es apacible, sencillo, fraterno, con sentido del humor, con una sensibilidad poética que podrá manifestar a temporadas, y, aunque reservada, no puede evitar que transparente su vida interior.
Muy pronto, la comunidad descubre la talla intelectual y humana y el impulso interior que mueve la vida de la hermana Cristina: la pasión de amor por este Jesús que la vivifica y que será el motor de toda su vida y actividad y al cual ella responde con sencillez pero con totalidad de amor a Jesús, hecho carne en el día a día de la comunidad. Se puede muy bien decir que, como en los nombres de los personajes bíblicos, el suyo, la define: es de Cristo porque él la ha cubierto con su sombra. Es en este ambiente que el 1973 la comunidad le confía el gobierno de la misma y Cristina encuentra las puertas abiertas y un terreno preparado, durante largos y silenciosos pero eficaces años, para poder desarrollar toda la nueva visión de la vida contemplativa teresiana y que, con competencia, lleva eficazmente a término –con un intervalo de un trienio- a lo largo de 25 años.
Durante los años que van del curso 1974-75 hasta el 1991, el Carmelo Descalzo vive, con intenso dolor, horas trascendentes, puesto que se juega el futuro inmediato de la Orden y su presencia carismática para el mundo de nuestro tiempo: la puesta al día de las Constituciones a partir del Concilio. La comunidad trabaja intensamente para conseguir una renovación adecuada y, a la vez, dar a conocer a todos los monasterios de la Orden el núcleo del problema de oposición a cualquier renovación, surgido de un grupo de monasterios del Carmelo de España. La hermana Cristina, como priora, promueve, asume, secunda y colabora en los trabajos y las gestiones de las hermanas a escala nacional e internacional.
Creemos que es a raíz del grande y positivo eco que provoca la intervención de la hermana Cristina en la TV española, el año 1984, que a ella se le descubre como una nueva misión dentro del Carmelo: la Vida, que es el pan de cada día de nuestra vida, no puede, no debe quedar recluida en una despensa vallada e inaccesible, por la forma de clausura vigente, a los millones de humanos que van muriendo de hambre de esta Vida y a quienes llamamos “hermanos”. A partir de este hecho, se le piden intervenciones en algunos medios de comunicación, conferencias, colaboraciones, artículos, retiros, congresos… y ella, si ve un deseo sincero y una posibilidad de comunicar lo que vive, lo acepta y compagina con el gobierno de la comunidad.
El año 2001, acaba su último periodo de gobierno de la comunidad. Es entonces cuando manifiesta el llamamiento que siente a una vida más eremítica, aun cuando en total dependencia de la comunidad. Tras consultas y discernimiento personal y comunitario y tras largos intercambios, oración y reflexión, la comunidad se lo acepta y se va a vivir a las Guilleries, en una pequeña casa, arreglada para esta finalidad. Allí se siente plenamente feliz y realizada hasta que el 18 de marzo de este año se encuentra un pequeño bulto al cuello y viene inmediatamente a Mataró para hacerse una revisión y diagnóstico médico: un cáncer linfático sobre el cual no ha servido ningún tratamiento. Ante esta realidad, ella, todavía llena de proyectos, compromisos y esperanzas, tras vivir lo que creía ser la voluntad de Dios y el proyecto de Jesús sobre ella, como Él también, acepta su Getsemaní preñado de sorpresa, miedos, azoramientos, dudas, preguntas… hasta el abandono total en manos del Padre. Quiere vivir, pero no rehusa morir, sino que, convencida de que es llegada su hora, pese a las esperanzas de los médicos y de la comunidad, acoge la muerte con firmeza de mujer fuerte, enamorada y de fe. El Jueves Santo todavía participa en la liturgia doméstica. La madrugada del Viernes Santo empieza la bajada.
Durante estos últimos días, la comunidad ha podido vivir lo que el Evangelio, en este tiempo pascual sobre todo, nos va repitiendo de varias formas y maneras: Cristo y cada uno de nosotros no formamos más que una unidad indivisible. En el proceso de la muerte de la hermana Cristina, hemos visto reproducido el proceso interior de la muerte de Jesús. Ninguna demora; ¡nada de dejar pasar el tiempo! Su actitud, no sólo de sumisión, sino de paz, de profundo recogimiento, de total abandono activo, con soberana libertad y colaboración a la obra de Dios en ella.
Tal como Jesús, se ha entregado a la muerte: “Nadie me toma la vida, soy yo que la doy libremente.” Sus últimas palabras a la comunidad han sido de amor: “Soy muy pobre, no tengo nada, pero os dejo el que tengo: Dios… Sólo tengo una palabra para deciros: Dios es amor”.
Cuando se ha dado cuenta que es la hora de morir, ella, que todo lo terminaba rápidamente, se “lanza” a morir. Convencida de que es lo que Dios quiere y a Él no se le puede hacer esperar. Todo ha sido decidido, aceptado, no hay nada más que hacer ni que decir: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”, sin más ruido que el silencio cargado de Vida de estas palabras.
El Señor ha querido realizar en ella –y se ha hecho patente– lo que un día escribió en un poema inspirado en el Cristo de la iglesia del monasterio: “…te queda Dios, te queda TODO”.
Y este TODO, el martes de Pascua del 2006, 18 de abril, ha querido hacerla participar de la Resurrección de Jesús, de manera plena y definitiva.
DESPUES DE LEER LA BIOGRAFIA ESQUEMATICA DE ESTA MUJER, SOLAMENTE PUEDO DECIR. QUE GRAN MUJER HEMOS PERDIDO PERO A LA VEZ QUE GRAN MUJER HEMOS HALLADO. QUE SEA LUZ PARA NUESTRA VIDA INTERIOR. Ferran.
ResponderEliminaruna vida llena de entrega a Dios, sabiendo siempre el gran amor de Dios por nosotros, y acatando en todo momento su santísima voluntad. Dios es amor, siempre, y quien le tiene a EL, nada le falta. Gracias Padre Joaquim.
ResponderEliminarQue la valentia enamorada de la germana Cristina no quedi mitificada ni encarcarada. Ens vol vius! Cadascú a la seva manera! Religioses, poetes, catòlics, no catòlics...amb el suport de l'evangeli...cadascú bonament com ho senti i tots oberts a tots. Amb respecte, afecte i tendresa.
ResponderEliminarJo la vaig coneixer i em va fer molt malt la seva mort, ens va deixar un buit molt gran a tots els que ens ajudava en la parroquia d'un poble aprop d'on estava vivin, fent repos espiritual. Que la valentia de la germana Cristina vers la mort ens ajudi a tots, que intercedeixi per tots nosaltres ella que està al costat de Déu, la Verge Maria i el seu fill únic Jesucrist. Germana Cristina no ens abandonis mai.
ResponderEliminarMe gustaría tanto sentir, cuando llegue el momento de mi partida, el AMOR dentro de mí Ser, con la plena confianza de saber, me encontraré para siempre con Jesús, en amorosa Comunión de Amor, con él y todos-as los que ya partieron y que habitan en mi corazón.
ResponderEliminarTan sólo pido compartir, la MESA del ágape fraterno.
Magnífica la semblanza de esta mujer, Hna Cristina Kaufmann.
Miren Josune.
Tenía abandonado su recuerdo, como si la memoria espiritual me fallara. De pronto, escucho a un compañero jesuita un comentario que me conmueve " Años dedicados solamente al Señor, cuando tenía un corazón globalizado!. Y recordé su aparición televisiva. Cómo me impresionó. Cómo me sacudió. Fue un tierno susurro de Dios como Amor sosegante que se desparramó por España Cuando nos enfriamos interiormente
ResponderEliminarDios nos recupera con personas como Cristina : ella es una de los innumerables "pontífices" que Dios nos regala en el camino hacia la gloria.
Norberto Alcoversj.