León Tolstoi


Aristócrata de origen, autor de grandes novelas como Guerra y Paz o Ana Karenina, pero también soldado, campesino, pedagogo, utópico social y pensador religioso, León Tolstoi (1828-1910) es exponente de la desmesura del carácter ruso. Hombre de extremos, conoció muchos de los estados y pasiones del ser humano. Destinado al frente del Cáucaso en su primera juventud, se confrontó tempranamente con las atrocidades de la guerra. Tras años de búsqueda, se retiró a sus propiedades rurales (Jasnaja Pol´ana) donde se dedicó a alfabetizar a los hijos de los campesinos. Fue radicalizando progresivamente su postura, propugnando el igualitarismo de clases, trabajando manualmente y descubriendo la sacralidad de la naturaleza, lo cual le llevó a hacerse vegetariano. Vertió estos ideales en El Reino de Dios está en ti, ensayo que Gandhi leyó en Sudáfrica, inspirando y confirmando su movimiento de no-violencia. Tuvieron en aquel tiempo intercambio de correspondencia. Las inquietudes sociales y religiosas de Tolstoi siguieron radicalizándose, hasta llegar a una síntesis entre cristianismo y anarquismo pacifista. Su novela Resurrección (1899), un autorretrato de sí mismo, le valió la excomunión de la Iglesia Rusa. Lleno de contradicciones, obsesionado por la muerte, al final de su vida siguió buscando una paz difícil que se le escapaba continuamente.

Presentamos aquí notas de su diario de juventud y un fragmento de su última novela.

A los treinta y tres años, acampado en las montañas del Cáucaso, entre rocas escarpadas, senderos vertiginosos y cascadas rugientes, una noche en la que no podía dormir, de pronto todas las oraciones de la infancia le subieron a los labios:

“Yo no rezaba si es que uno da a la palabra 'rezar' el sentido de imploración o de impulso de gratitud. Aspiraba a algo superior y perfecto. Pero, ¿a qué? No sabría decirlo. Y sin embargo, comprendía con toda claridad lo que deseaba. Quería fundirme con el Ser Supremo. Le suplicaba que me perdonara las faltas. Pero no, no se lo suplicaba, porque sentía que si Él me permitía conocer este momento de éxtasis, significaba que ya me había perdonado. Todo temor me abandonó. La fe, la esperanza, el amor formaban en mí un sentimiento insoluble” (Diario, 11 de junio 1851).

“Es una noche maravillosa. ¿Qué es lo que deseo con tanto ardor? Lo ignoro. Por supuesto, no son los bienes terrenales. ¿Cómo no creer en la inmortalidad del alma cuando siento en la mía una grandeza tan inconmensurable? Está oscuro, agujeros, claridad. ¡Es para morirse! ¡Dios! ¡Dios mío! ¡Que soy! ¿Adónde voy? ¿Dónde estoy?” (25 de junio 1857).

“Rogué a Dios en la habitación, delante del icono griego de la Virgen. La lamparilla estaba encendida. Estrellas pálidas, otras brillantes, un revoltijo de estrellas. Destellos, tinieblas, siluetas de árboles muertos. ¡Él está allí! ¡De rodillas ante Él y silencio!” (20 de abril de 1858).

“Simonson era vegetariano, y ni siquiera en su vestimenta permitía que entrara pieza alguna confeccionada con cuero de animal. Se hallaba de pie, apuntando en su libro de memorias una reflexión que se le había ocurrido de pronto: “Si un microbio pudiera observar una uña humana, seguramente sacaría la conclusión de que esta uña forma parte integrante de un conjunto inorgánico. Así razonamos nosotros cuando, estudiando la corteza exterior del planeta, sostenemos que la Tierra es un ser inorgánico” (Resurrección, IIªparte, cap.41).

2 comentarios:

  1. ¡Cuánta hermosura en el cántico de un alma enamorada de lo Divino!
    Agradezco la fuente fresca de este sitio que calma la sed del navegante...
    Eduardo Morguenstern. Argentina

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  2. Lamentamos el error ortográfico -ya subsanado- en el título de una obra de Tolstoi que cita este artículo y que, después de comprobar el texto en word que sí era correcto, deducimos que fue cambiado automáticamente y erróneamente por el editor y corrector online. Respecto al lector que nos ha indicado tal error, le aconsejamos prudencia en sus conclusiones, y moderación y respeto al dirigirse a los demás.

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