El “Big Data” y el Dataísmo

Javier Pons

Últimamente nos están bombardeando con una serie de datos que conducen “inexorablemente” a pensar en un “hombre tecnológico” que acabará siendo parecido a un dios; eso sí, con atributos bien distintos a los que han sido concebidos hasta hoy por el hombre realmente existente. La persona está pasando a ser controlada por algoritmos que saben todo de él y que pronto determinarán todo sobre su vida. Se acabó el ámbito de lo privado, de lo personal, de la intimidad de cualquier tipo.

Así como parece que todo se consulta en Google o en Wikipedia, en Facebook o en Amazon, pronto ese “todo” se extenderá a esferas que no podemos ni imaginar: no solo hablamos de cuestiones de salud, sino de amores, pensamientos, parejas o incluso de decisiones vitales ante cualquier duda, problema o incomodidad que se presente en nuestra vida.

Ilustración de Steve Cutts

El uso de los móviles ha llegado a copar de tal forma las horas de nuestro día, que pronto parecerá ya un apéndice del cuerpo sin el cual somos incapaces de vivir, distraernos o sacarnos de cualquier duda o reto en el que la vida nos coloque. Pero cada clic que vamos dejando por ahí va dejando huellas claras de nuestras preferencias, de nuestros pensamientos, de nuestras elecciones. Y los que manejan los hilos de esas inmensas corporaciones juegan como quieren con esos millones de datos cruzados entre sí. Diríase que ellos saben más de nosotros que nosotros mismos. Y eso… irá avanzando. No ha hecho más que empezar. Estamos en los albores de ese hombre tecnológico, de ese “hombre-dios”.

Es posible que todo lo que se nos va inoculando en ese sentido nos suma en la depresión y el desconcierto, en la desorientación, en el miedo ante un futuro próximo tan incierto y controlado. ¿Qué queda de la persona, de su libre albedrío, de sus sentimientos, de sus emociones, de sus vivencias, de sus anhelos…? ¿No nos van preparando para que veamos “que no hay nada que hacer” y que “ese es el futuro inexorable que nos espera”?


SIN EMBARGO…

Tenemos la convicción interna de que eso es solo parte del panorama, es solo una posibilidad entre muchas, es solo el escenario que contemplan quienes creen que el pensamiento humano lo es todo, que la tecnología es el único camino a emprender, lo más excelente de la raza humana, lo último que nos queda.

Y, humildemente, discrepamos. Todas nuestras células gritan al unísono que existen muchos otros caminos; pero sobre todo que, por confiar, con tanto fideísmo en el pensamiento, estamos donde estamos: una Tierra maltrecha, un ser humano reducido y empequeñecido y una Naturaleza expoliada y maltratada en sus entrañas. Y debemos recordar con Shakespeare aquello de:

“Hay más cosas en el Cielo
  y sobre la Tierra, Horacio,
de las que tu Filosofía puede soñar”.

En ese reduccionismo y en ese pensamiento único en el que nos han educado y con el que nos siguen bombardeando, nos pretenden hacer creer que todo sale del pensamiento, de la técnica, del beneficio económico y de lo que llaman progreso y desarrollo. Pero no olvidemos que si muchos intelectuales nos hablan de la aparición de una nueva raza de Homo Deus u Homo tecnologicus, otro tipo de personas (sinceramente, se nos antoja, más profunda, ejemplar y humana) también hablan de que está emergiendo una nueva etapa, o raza humana, de personas conscientes de que no son ovejas, de que no son rebaño, de que son más bien seres espirituales conectados a una fuente global y a una conciencia Universal.

Seres como Madame Ghis, Krishnamurti, Humberto Maturana, Francisco Varela, Sergi Torras, Josep Pàmies, Ervin László, Xavi Galindo, Teresa Forcades o Heleno Saña nos hablan desde otra perspectiva y desde otra amplitud. Es verdad que no son todavía suficientemente conocidos por las mayorías, y que muchas personas ni siquiera han oído hablar de ellos (en eso estará nuestro trabajo), pero no hay duda de que mantienen otra visión que nos parece infinitamente más rica, holística y humana.

Basarnos, a estas alturas, tan solo en el camino trazado por los datos almacenados, los pensamientos, la física, los descubrimientos técnicos y los mayores beneficios económicos, nos anticipa como futuro lo que es reducir –una vez más- a la especie humana, olvidando las infinitas posibilidades inscritas sin duda en lo desconocido, en lo todavía no explorado por la ciencia, en las inmensas posibilidades de las potencias de las que no nos suelen hablar: nuestra capacidad de amor, de solidaridad, de imaginación, de vivir en fraternidad, de poesía, de danza, de belleza, de asombro, de silencio.

Olvidar en los análisis de futuro la Naturaleza, que nos da la vida y de la que salimos (humanidad viene del humus fértil de la tierra), olvidar por encima de todo el bien común, la paz, la alegría, la compasión, la armonía de nuestras emociones y de nuestras relaciones, olvidar la dignidad y el ser uno mismo, olvidar la comprensión y el silencio, olvidar la música y los abrazos, olvidar la sencillez y el desapego; pero, sobre todo, olvidar la dinámica de la vida que todo lo mueve, no parece que apunte a dar los mejores frutos (quizás sí los mejores dividendos).

Cuando todo se vaya quedando en la lógica (la cochina lógica que dirían entre otros Unamuno, Cervantes o Pío Baroja) me parece que, una vez más, nos están escatimando parte de lo que somos y vivimos, nos están ocultando quizás la parte más importante y esencial del vivir (“lo esencial es invisible a los ojos” hacía decir Antoine de Saint-Exupéry a su Principito). ¿No tendrá eso algo que ver con lo que hoy nos quieren decir los astrofísicos cuando nos dicen que toda la materia del Universo apenas forma el 4% de lo que captamos, que el 24% es materia oscura y que “el 72% del Universo es energía oscura” (es decir: ni idea)? ¿Cómo se atreven entonces ciertos “videntes”-filósofos-historiadores- modernos a explicarnos “por dónde va inexorablemente el futuro”?

Me parece que si nos olvidamos de la “mecánica del Universo”, de la “dinámica de la vida” que todo lo impulsa, la mente y la conciencia universales, la fuerza del Amor que todo lo puede, la capacidad de comprensión y de solidaridad del ser humano, la fuerza de la poesía, del arte y del silencio, estamos haciendo unos análisis basados únicamente en la razón, la tecnología, la ambición y espejismos de “diosicidad” que no tienen en cuenta para nada las capacidades de entrega, imaginación, amor y desapego de las que el ser humano parece que está justamente ahora empezando a tener conciencia.

Cada uno sabrá dónde pone su centro de atención y a qué dedica su vida; o mejor, cada uno sabrá si se deja arrastrar por el “realismo agorero de los que hoy dominan el mundo” o decide apostar por la Naturaleza, la conciencia y las fuerzas de la Vida e, inclinándose por una Antropología luminosa, decide colaborar en la emergencia, desde el corazón, la honestidad, el bien común, el compromiso y el ejemplo, de un ser humano más pleno y equilibrado, más autónomo y más consciente.

En definitiva: vida, conciencia y solidaridad o avances tecnológicos, ambición y beneficio propio. No es que hayamos de elegir entre blanco y negro, pero sí quizás podamos inclinarnos por una dirección u otra, apuntar una tendencia, dejarnos llevar por la vida o por la inercia. ¿Queremos basar nuestro futuro sobre los avances técnicos y el beneficio propio, o nos inclinamos por darle fuerza y vida a la emergencia de un ser humano superior que camine hacia la plenitud y el desarrollo de la semilla que le da origen?

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