Prendida de infinito

En memoria de Simone Weil, en el centenario de su nacimiento.

"Hay algo menos corriente que la habilidad, el talento o que la genialidad incluso, y es la nobleza del alma"
Marguerite Yourcenar


Se negaba a comer más cantidad de alimentos que las que figuraban, bajo ocupación alemana, en las cartillas de racionamiento de sus compatriotas franceses. En noviembre de 1942 había llegado a Liverpool vía EEUU. Los servicios de la Francia Libre en Londres desestimaron su solicitud de retornar a su país para participar en la resistencia del interior. La enfermedad que pronto contrajo a causa de sus restricciones voluntarias de comida le dio el tiempo justo para ayudar durante el invierno a las organizaciones exteriores francesas y para redactar su última obra L´Enracinement, considerada como su testamento espiritual. En abril de 1943, Simone Weil (París 1909) entra en el hospital Middlexex y cuatro meses más tarde la tuberculosis detuvo definitivamente la vida de esta mujer ejemplar en el sanatorio de Ashford, en las afueras de Londres.

Su paso por la tierra fue fugaz, pero intenso, iluminador. Pertenece a esa clase de seres excepcionales que se atreven a vivir a destiempo, antes de lo que en realidad les corresponde, de forma que logran hacer avanzar el propio tiempo, la historia. Con su visión universal de la religión, con su reveladora experiencia mística, Simone Weil, no terminó de hallarse en una época con una comprensión aún tan limitada de la realidad trascendente. Quizás por eso fue a la vez tan necesaria en esos días, quizás por eso encarnó a comienzos de siglo esta mujer indómita pero a la vez absolutamente entregada a las más nobles y urgidas causas. Es así que pudo aliviar a sus contemporáneos esta permanente exiliada , es así que expandió conciencia solidaria en el difícil periodo de entreguerras y soplo de esperanza sobrenatural en el postrero materialismo. Su fiebre terrenal , su esfuerzo por aliviar el dolor de su época , incluso más allá de sus limitaciones físicas, precedió a su fiebre trascendente. En medio del revuelto teatro de su época, en las filas de la militancia revolucionaria se forjaría una voluntad persuasiva, una visión profunda de la condición humana.

A partir del año 1937 atiende sin embargo a una revolución de carácter más íntimo. No es que vacilara ondeando la bandera revolucionaria, ni que desertara de las filas del cambio social; no es que claudicara en el empeño de un mundo más justo... ; al igual que otros privilegiados, cedió, se rindió por entero a una Voluntad más grande, infinitamente superior a la suya , de por sí ya respetable. Cuando algunos ideales terrenos se dejaban aparentemente ya rozar , en ciertos escenarios de esa Europa convulsa, ella vuelve a exiliarse tras otros imposibles. La militancia no termina de llenar su inmenso vacío, metas terrenas que ella ya intuyo degradadas a la vuelta de la esquina de los años. Embriaguez de lo que no marchita o asfixia entre lo caduco, esta mujer se lanzó a una carrera por páramos que jamás comprenderían los suyos.

Esa imposibilidad de comunicación aceleró quizás su temprana desaparición . Escribirá a su madre: "Tengo una especie de certidumbre interior creciente de que se encuentra en mí, un depósito de oro puro que hay que trasmitir. Solamente la experiencia y la observación de nuestros contemporáneos me persuaden cada vez más de que no hay nadie para recibirlos."

Sin embargo Simone Weil no cuadra con la imagen de la mística de salón. "Aquel que teme las heridas, deberá de amar otra cosa que a Dios", afirmará esta mujer metamorfoseada en la dura accesis. Ni en las más iluminadas alturas de su éxtasis perdería ese impulso hacia sus contemporáneos, ese intento de comunicación: "Después de haber arrancado el alma al cuerpo, después de haber atravesado la muerte para ir a Dios, el sabio debe, en cierto modo, encarnarse en su propio cuerpo a fin de derramar sobre el mundo, sobre esta vida terrestre, el reflejo de la luz. El perfecto imitador de Dios se desencarna y, luego, se encarna."

Así, arruinará su salud por compartir la misma suerte que los obreros de la Renault, a pesar se sus orígenes de privilegio, así saltará a la Cataluña revolucionaria para apoyar la gestación de un nuevo orden social. Por eso proseguirá infatigable con su pluma en la defensa de los oprimidos, por eso jamás abandonará sus hábitos de extrema pobreza voluntaria, hasta el punto que su final le sorprenderá al imponerse en el Londres de la guerra tan severo autorracionamiento.

Los años de agitación, de fiebre revolucionaria templaron esta mujer, la prepararon y elevaron para las arrebatadoras experiencias de sus últimos años. En un lapso entre aquellos convulsos días de la preguerra, durante su reflexión en búsqueda de la salvación personal y colectiva más allá de la política, verá su alma secuestrada por Dios. Ocurrió en la Semana Santa de 1938 durante una estancia en Solesmes cuando confirmó aquel encuentro "brusco" con lo Divino: "Cristo en persona descendió y me tomó". Un año antes, a sus 29 años de edad había caído clavada de rodillas ante un crucifijo durante una estancia en Asís.

Su espíritu indómito no se doblegará sin embargo, a los intermediarios de lo Absoluto, a esa Iglesia mundana atada a un sistema injusto, sometida a los vaivenes del tiempo. Abanderar lo aún lejano comporta además y de forma inevitable un alejamiento de sus contemporáneos, de sus formas aún compartimentadas de vivir la trascendencia: "No reconozco a la Iglesia el derecho de limitar las operaciones de la inteligencia o de las iluminaciones del amor en el ámbito del pensamiento". El dogma le parece una interpretación arbitraria de la Revelación por eso rechaza el bautismo, por eso eso escribe en 1942 Lettre à un religieux situándose al margen de la ortodoxia imperante.

Simone Weil mezcla las religiones griegas, los misterios egipcios, la fabulación platónica, las palabras de los profetas judíos en una heterodoxa pero genial síntesis que anuncia ya la nueva religión, la espiritualidad universal de nuestros días. Es aquí donde vemos a Weil en su verdadera dimensión de profeta de los nuevos tiempos, de anunciadora de una espiritualidad sin forma, ni fronteras. Más su anhelo de síntesis y reencuentro no se puede de ninguna forma interpretar como de flojo eclecticismo. Su fe desbordante de cauces y doctrinas establecidas no adolecía de flaqueza: "Aquel que no ha renunciado a todo sin excepción en el momento de pensar en Dios, da el nombre de Dios a uno de sus ídolos."

Consumida por palmarias intuiciones, esta judía errante, precursora del mañana , anunciadora de la nueva era de apertura espiritual cuyos albores hoy vivimos, sueña ya entonces con una religión más vasta, que integre a todas las tradiciones religiosas de la humanidad. "En sus contradicciones, en el inaudito ejemplo de santidad laica que nos ha dejado, Weil es la más alta encarnación de la añoranza religiosa de la humanidad de nuestro tiempo", afirma M. Mourre.

Por eso, en estos tiempos que se prodigan aniversarios y efemérides por doquier no está demás hacer un hueco al centenario del nacimiento de la que ha sido denominada la "Virgen roja" de nuestros tiempos. De la mano de Emilia Bea Perez nos llega su biografía, La memoria de los oprimidos (Encuentro Ediciones 1993), única aportación española al cincuentenario de su fallecimiento en Londres. Su obra en francés aguarda aún el asalto de los de seguros multiples lectores que aquí desean también conocer el fruto postrero de esta mística de nuestros días. Ahí están: La pensanteur et la grace (1950), Cahiers du Sud (1951), Attente de Dieu (1950), La connaissance surnaturelle (1950)... por no citar sus libros de cartas y de ensayos sobre los orígenes del cristianismo, y la civilización griega... Todos ellos aguardan un editor en castellano para que se le rinda en nuestro país el merecido homenaje, un editor valiente que nos conceda el privilegio de abrevar en el legado de esta mujer prendida de infinito, precursora de nuevos días.

Koldo Aldai

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