El mesianismo de lo cotidiano

Pablo d’Ors en Vida Nueva

“Así que la felicidad consiste en estar presente en lo que se tiene entre manos, sin pensar en lo que viene después. Todo está ahí, al alcance de la mano. La felicidad es no imaginar el futuro y no llorar el pasado. Es gozar de una habitación limpia y de una sábana bien doblada.”

La felicidad está en comer y pensar que se está comiendo; en beber y dar gracias por la bebida; en caminar y asombrarse del movimiento; en vestirse y admirarse del vestido; en tender la ropa y tenderla bien; en secar los platos y hacerlo como si en ese momento no hubiera otra cosa más importante, pues ciertamente no la hay.

He tardado cuarenta años en percibir que la salvación de los hombres radica sencillamente en hacer bien la cama y en preparar la cena; en el simple hecho de escribir con amor un artículo como éste, por ejemplo, y no a toda prisa, que es como solemos hacer las cosas (el amor requiere lentitud), en lavar cuidadosamente la vajilla –otro ejemplo–, prestándole toda mi atención. En secarla luego, y en tender los trapos al viento, tras la faena; en echar la llave de casa pensando que la echo; en vestirme dándome cuenta de que me visto; en asearme a sabiendas de que me aseo; en caminar sabiendo que camino; en doblar la ropa consciente de que en ese acto, tan simple, se cifra la felicidad más inaudita.

La clave de todo radica en hacer bien aquello que deba hacerse. El secreto se cifra en estar todo yo en cada cosa que se haga: cualquier actividad realizada de forma concentrada tiene un efecto estimulante. Así que la felicidad consiste en estar presente en lo que se tiene entre manos, sin pensar en lo que viene después. Todo está ahí, al alcance de la mano. La felicidad es no imaginar el futuro y no llorar el pasado. Es gozar de una habitación limpia y de una sábana bien doblada. La felicidad es la belleza de una manzana o de un trozo de pan. Y… ¿tanto hay que pasar en la vida para llegar a este descubrimiento tan elemental? ¡Que el camino ordinario sea mucho más difícil y sublime que el extraordinario! Sí, te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien.

Pablo d’Ors. Foto: Olmo Calvo | El Cultural

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