Un dios desarmado

Jesus Oliver-Bonjoch 

En el centro de una de las salas del Museo Arqueológico de Atenas, se expone una de las obras maestras del arte helénico de época clásica, una escultura en bronce que fue encontrada en el fondo del Egeo, frente al cabo Artemision. Quizás por las circunstancias de su descubrimiento es conocida como el ‘Poseidón de Artemision’, pero la verdad es que no podemos identificarla con seguridad porque nos falta un elemento esencial, una arma amenazadora que la estatua cogía con la mano derecha, como si estuviera a punto de lanzarla. Si este elemento iconográfico hubiera sido un tridente, sin duda se trataría de Poseidón, pero también habría podido ser un rayo y, entonces, sería una imagen de Zeus.


Los visitantes del Museo, o los que conocen esta escultura a través de fotografías, la contemplamos y admiramos como una obra de arte, y también podemos apreciar la belleza del cuerpo representado, justamente porque el canon de belleza masculina imperante sigue siendo el que establecieron nuestros antepasados griegos. Pero, para apreciar el cómo y el porqué de esta escultura, debemos viajar virtualmente en el tiempo y recordar que no fue modelada y fundida en bronce para ser exhibida en un museo, sino que representa a una divinidad adorada y evocada por los antiguos griegos. Un dios nacido hace miles de años del imaginario de nómadas llegados al Mediterráneo desde Asia, que fue tomando forma a imagen y semejanza de los cabezas de familia griegos: ciudadanos, marineros y guerreros, que durante la adolescencia comenzaban a modelar sus cuerpos atléticos para emular a los héroes míticos en los juegos sagrados de Olimpia o Delfos; hospitalarios, pero, a la vez, implacables con aquellos a quienes consideraban rivales o enemigos.

Sin embargo, desde que pude verla in situ, creo que, a pesar de las características tan especiales de esta escultura, también podemos observarla con otros ojos, de tal forma que nos haga reflexionar en otro nivel, más allá de criterios artísticos, estéticos o históricos, y pueda increparnos como un objeto de contemplación. A mí, este dios desnudo y desarmado que ahora parece inofensivo, me hizo pensar en otros dioses que, armados como Zeus y Poseidón, podían fulminar a hombres, arrasar tierras y ciudades, hacer desaparecer continentes enteros bajo las aguas, legitimar guerras y otorgar la victoria a ejércitos agresores, y que eran utilizados por las castas sacerdotales para aterrorizar y dominar a sus pueblos. Todavía hoy entre nosotros los hay que creen en dioses de esta calaña, temibles e implacables, a los que invocan para censurar, coaccionar y hacer sufrir a otros seres humanos, llegando, incluso, a sembrar la muerte y el terror.

En cambio, el Dios verdaderamente desnudo y desarmado es el que se refleja en el talante y en las palabras de Jesús de Nazaret, de Francisco de Asís, y en tantas persones, creyentes o no, que a menudo pasan desapercibidas entre nosotros, pero que cada día se dan a los demás sin buscar notoriedad ni reconocimiento.


Artículo publicado en Creure i Saber (núm. 3, mayo de 2015).

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