El hombre nuevo

Teresa Costa-Gramunt

El hombre, y la mujer nuevos, vueltos a nacer, surge et ambula, levantados sobre la ilusión de la personalidad que nos parece que nos distingue... Tenemos que aprender a ver lo esencial que hay en nosotros, lo que, en palabras de Antoine de Saint-Exupéry, es invisible a los ojos.

Es un desastre espiritual para el hombre descansar contento con su identidad exterior, con su fotografía de pasaporte. ¿Su vida está en las huellas dactilares? ¿Existe de verdad porque su nombre está apuntado al Quién es Quién? ¿Su retrato en el semanario, es una indicación segura de que no es un autómata? Si esto es lo que piensa, entonces ya está liquidado, porque ya no vive, aunque le parezca que existe. 


El autor de estas palabras sobre la ceguera de lo esencial, y que dan la sensación de estar escritas ayer mismo, es Thomas Merton. Las podemos leer en su ensayo El hombre nuevo (Editorial Pomaire, 1966). Publicado en inglés en 1961, la traducción castellana del libro es de José María Valverde.

He releído Thomas Merton, que nació en 1915, ahora se han cumplido cien años. Murió en 1968 en Bangkok, Tailandia, mientras peregrinaba en sus templos. Merton, el padre Louis, como era conocido entre sus cofrades, vivía en su ermita de la Abadía de Getsemaní, Kentucky. Desde su ermita escribió mucho y apasionadamente con una perspectiva amplia de la vida espiritual. Desde su monaquismo cristiano amaba, porque lo había leído bien, Chuang Zi (siglo II a.C.), seguramente el más espiritual de los filósofos chinos. Gran representante del taoísmo, Chuang Zi divulgó los escritos de Lao Zi, figura legendaria de esta doctrina de origen indio y que al llegar a China se transformó en el chan, o zen, su nombre japonés.

Thomas Merton, que escribió también sobre la guerra de Vietnam, la industrialización salvaje, la tecnología nuclear y otros temas ligados a la modernidad más materialista (capitalismo y comunismo se tocan en este punto), sintió la necesidad de poner por escrito sus meditaciones sobre una de las ideas más poderosas del Evangelio: el hombre nuevo, nacido por él mismo, como también escribió la filósofa María Zambrano.

Sin obviar la pasión y muerte de Jesús, imagen de nuestro paso por el mundo, el mensaje del Evangelio es la resurrección, que no debe entenderse en su sentido literal sino en su sentido simbólico. Podemos resucitar de las propias cenizas. Pero para ello hay que quemar, y volvemos a la metáfora, lo que cierra el paso hacia el advenimiento de este hombre nuevo. Que no es un Prometeo sino el ser interno, el Yo trascendente que no debería confundirse con la personalidad o máscara con la que aparecemos en el mundo. El cristianismo cree que Jesús es la encarnación de Cristo (mediador, imagen, palabra de Dios) que muestra el camino hacia el hombre nuevo como una semilla de lo divino que llevamos dentro y que podemos hacer nacer; o resucitar de las cenizas. Una revolución que se ha ensayado, pero que sólo se ha hecho real en unos pocos. Parirnos en el espíritu es un trabajo costoso.

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