Pedro Arrupe

Sus compañeros, aunque no cursaran la carrera de medicina como él se disputaban su compañía . Su cercanía era vivificante y les ayudaba a estudiar. Era un avanzado estudiante de medicina con brillantes notas; inicialmente sus lecturas y aficiones se dirigían sobre todo a temas científicos.
Volviendo un día de Lourdes dijo “sentí a Dios tan cerca en sus milagros que me arrastró violentamente tras de sí. Y lo vi tan cerca de los que sufren, de los que lloran, de los que naufragan en esta vida de desamparo, que se encendió en mí el deseo ardiente de imitarle en esta voluntaria proximidad a los derechos del mundo” Arrupe decide ir a Loyola y pasar por el túnel de la ascética ignaciana. Allí demostró un conjunto de cualidades muy grande uniendo lo natural con lo sobrenatural, la alegría con las virtudes religiosas y la entrega con el sentido del humor. Alto pálido, bien formado., de facciones pronunciadas, nariz aguileña, era una verdadera figura ignaciana. Fue aquel mundo de soledad concentrada, de abandono humano y de contacto con Dios, donde dio su primer chispazo su vocación misionera.
Su único motivo misionero fue la voluntad de Dios. Sintió que le llamaba al Japón y por eso quiso ir allí. Su actitud de seguir en cada momento la voluntad de Dios, o vivir “en el centro” o de ser fiel a lo profundo de uno mismo, fue una clave espiritual de toda su vida . Por fin al Japón. La “tierra prometida” ante sus propios ojos. En aquel momento apenas podía pensar, pero sí sentía y oraba. Y oró mucho en pocas palabras, poniendo todo el alma en cada una de ellas. Le entregó todo a su Dios, sin condiciones, rogándole al mismo tiempo que hiciera irrevocable su generosidad. Acababa de llegar al Japón y vivía ya las primeras impresiones que suscitaba en él aquel mundo nuevo. Dentro de sí se agitaron mil proyectos para la conversión del Japón. Su conexión con lo más profundo de sí, su unión con Dios vivida en su más profunda intimidad explica muchos de sus éxitos apostólicos allí. Su autenticidad, su unidad interna, su sencillez, la transparencia de su alma convencían más a sus oyentes que sus palabras y actividades. Era un ser osado, incansable, optimista, no se desanimaba por nada y siempre aprendía algo nuevo. Amaba la sabiduría del silencio porque vivía el diálogo interior con el “huésped de su alma”
Su amor al Japón era tan profundo que no toleraba en su presencia murmuraciones y malas lenguas acerca de los japoneses. Era severo y varonil pero al mismo tiempo muy humano y comprensivo. Se caracterizaba por su creatividad, un hombre muy original, siempre lleno de nuevas ideas. Mucha gente quería verle y confesarse con él. Impresionaba su mansedumbre que contrastaba con la reciedumbre de los alemanes que estaban allí.. Era dulce, suave, y eso era bueno para los japoneses porque la imagen que tiene un japonés de un santo es la de un ser humilde y no violento. Su sencillez y su autenticidad fueron las virtudes que más sedujeron a cuantos le conocieron.
Era un líder carismático . Tenía grandes ideas y con un impulso espiritual extraordinario se adelantaba a los acontecimientos y su entusiasmo crecía cuando veía claro. Su adaptación a las circunstancias era prodigiosa. No solo podía hacer bien muchas cosas, sino que con la mayor naturalidad pasaba de la una a la otra en un intervalo de minutos, sin que se observara en él la menor violencia psicológica. Un hombre de su valentía, clarividencia y rapidez mental no siempre fue comprendido, sobre todo dentro de las instituciones que siempre se apegan a lo tradicional. Fue un hombre del Concilio antes del Concilio.
Antes de que fuera elegido General de la Compañía los jesuitas estaban convencidos que necesitaban un General que mantuviese siempre a la Compañía unida con el mundo al que había de llevarse con eficacia palabras de salvación. En su elección tuvieron en cuenta su temperamento de líder, su acusada sensibilidad actual y su aura profética. Hombre liberal se podía comparar con el difunto Juan XXIII,. muy abierto pero al mismo tiempo fiel a las mejores tradiciones espirituales. Le atacaban de progresista pero el contestaba que si por progresista se entiende aquel que combate las grandes injusticias sociales existentes en todas las partes del mundo, él estaba con ellos en la línea de la doctrina social de la iglesia.
Con una gran visión defendía a Teilhard de Chardin que veía como un gran maestro del pensamiento contemporáneo en su grandiosa tentativa para reconciliar el mundo de la ciencia y el de la fe. El elemento cristiano, decía, está presente también en los descarriados y criminales, bajo la forma de un deseo de verdad, bondad y felicidad y nosotros hemos de ir descubriendo este elemento en el fondo de sus almas y conduciéndolo hacia las cosas a las que tiende, la bondad, la verdad y la felicidad. Su mirada estaba puesta en el futuro y en la adaptación a los tiempos. Los temas predilectos de Arrupe eran el aggiornamento, el valor de lo humano, la vitalidad e idealismo de la juventud, el ateísmo y la defensa del padre Teilhard de Chardin. Arrupe seguía trabajando hasta altas horas de la noche. Algo interior, como una luz, que se adivinaba en su mirada y en su magnética aura de líder carismático le mantenía incansable, jovial y sereno.
Pronto nacieron las discrepancias entre Pablo VI y los jesuitas, el diálogo fue difícil. Entre Pablo VI i Arrupe había una oposición de temperamentos. Mientras el primero habla de “mantener”, Arrupe habla de llevar el futuro a flor de piel. Pablo VI pronto manifestó su descontento pero Juan Lorente comentaba de él que era como un águila en el vértice mismo del risco que oteaba el mundo y le clavaba su ojo inmóvil, que otros se anegaban en la realidad confusa pero que él sabía entrar y salir de ella, abrazarla sin ahogarla, amarla sin desilusionarla. Sus labios, decía, no ceden, simplemente cerrados, prefieren escuchar, callar y esperar. Sabía el qué y el dónde pero tanteaba el cómo. Misionero de todos los futuros, mensajero de esperanza, águila, perro y monte” protagonista de todo, menos de si mismo” .
Arrupe defendía los Ejercicios Espirituales de la Compañía concebidos para que cada uno pueda encontrarse a sí mismo y en sí mismo encuentre a Dios. Jesucristo fue su ideal desde su entrada en la Compañía, fue y continuó siendo su camino y su fuerza. Era un hombre poseído por su misión a la que no quería quitar un solo instante de su vida.
Un admirable equilibrio psicológico y una vida espiritual muy intensa le hacían descansar plenamente en Dios. A esta playa acudía con sus fatigas y preocupaciones y en ella encontraba indefectiblemente la paz. A los cincuenta años de su ingreso en la Compañía de Jesús dijo que “cada historia personal está atravesada por un hilo conductor, cada uno distinto y original. En cada historia personal hay un secreto, que ni uno mismo alcanza a percibir plenamente. Esta parte oculta o semioculta incluso para nosotros mismos es la verdaderamente interesante, porque es la parte más íntima, más profunda, más personal; es la correlación estrecha entre Dios que es amor y que ama a cada uno de modo diverso y la persona, que en el fondo de su esencia da una respuesta, que es única, pues no habrá otra idéntica en toda la historia. Es el secreto del maravilloso amor divino que irrumpe cuando quiere la vida de cada uno de forma inesperada, inexpresable, irracional, irresistible, pero a la vez maravillosa e irresistible.”

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